En esa época el petirrojo tiene un aspecto más rechoncho, redondeado, porque ahueca sus plumas para protegerse del frió. Esa imagen tan entrañable que tiene en invierno ha hecho que este asociado a la Navidad, sobre todo en el mundo anglosajón, siendo protagonista de numerosas postales navideñas.
En primavera y verano su presencia se limita al entorno de sus nidos, normalmente lugares frescos, en nuestro caso, a la vega del río Esgueva, donde se expone menos a ser visto, descubriendo su presencia por su repiqueteo, su melodioso canto o el movimiento de las hojas al desplazarse.
Sino fuese por su llamativa mancha naranja sería un pájaro anodino, de colores marrones y grises claros, pero es precisamente esa coloración de pecho y frente la que lo distingue visualmente de otros pájaros.
Los ejemplares muy jóvenes carecen de esa marca que se va haciendo poco a poco perceptible a media que van creciendo.
Precisamente su pecho rojizo anaranjado tiene una significación territorial y delimitadora de su área, perdiendo su aparente fragilidad y ternura cuando descubre algún macho de su misma especie en su zona, incluso se los ha visto atacar a señuelos y trapos colorados colocados en su territorio.
Cuando las condiciones de luz o su postura no permiten ver la mancha pectoral, es también distinguible por el extremo de sus alas, que posado, sobresalen, se separan, de su diminuto cuerpo.
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